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Programas 2010

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Fin

Harto de vagar solo en mi cabeza, me puse a cosechar mis sueños, y cuando la sequía me invadía vi partir a mi sombra, y quise acompañarla. Creí que junto a ella encontraría la belleza. Cuan equivocado estaba, los ruidos del desaliento rompían la quietud de toda alma. Los pájaros callaban en la sequía de mis caminos por recorrer.

Adelante, estaba el sendero que había emprendido mi sombra, corrí tras ella para no perderla, mientras el viento en esa mañana me desparramaba, sacudiendo mis secretos hacia todos lados.

Y en la tortura de sol que me golpeaba, que me apretaba, que me consumía, que me secaba... trote entre los hirientes, contando con un lápiz, en las hojas marrones, la fortuna de seguir aún en camino.

No pensé que me importaría tanto ver el decepcionante mundo donde vivo. Todo estaba al borde del derrumbe.

Los trenes crujían y la gente se agolpaba frente a sus puertas intentando ingresar todas a la vez. Quise llamar a la calma, pero ya no había señal. Y me introduje en ese vagón sabiendo que mi sombra escapaba en el mismo tren.
Brotes de maldad surcaban mi alrededor. La incomodidad se apoderaba de mi emoción estación tras estación. Hasta que logramos llegar a la última estación, el fin del viaje en tren, para introducirme donde el asfalto es el dueño de todos los gritos. Donde las ruedas crean la distorsión de esa jungla de furia. Donde los ríos de psicólogos desbordan de sus causes y los arrebatadores se multiplicaban con un abrir y cerrar de ojos. Donde vi por última vez a mi sombra perderse.

Ya estaba contagiado de ese mal humor. La mutación estaba en proceso. Necesitaba la paz, amor, distención. Libertad. Volver a viajar por otros rumbos, volver a ser ese viajero, pero no puedo huir sin mi sombra. Sentí que ese era el fin.
Tenía ganas de llorar, y cuando el sol comenzaba a ceder, cuando ya se recostaba sobre el horizonte y la gente se convertían en zombis, lo vi, vi el Circo, un circo de colores que brillaba único, como una luciérnaga en la oscuridad.

Avance sigiloso, lento, esquivando los zarpazos de fieras citadinas. Y me asome, solo cruce la mitad de mi rostro sobre la cortina que oficiaba de entrada, y a los vi, la troupe etérea, jugando, dialogando, trabajando e intercambiando opiniones con mi sombra.
Sonreí comprendí que mi destino estaba ahí junto a esa troupe, aquí el aire es especial, no soy el único. Ya no tenía que sufrir el anochecer. Un viaje incierto llevado a la inercia del alma.

Y ahora con ellos despegare hacia un nuevo mundo, ya veré cuando regresar, ahora es hora de decir adiós.