Sangre



Programa emitido el 30/09/2009

Susan y Ronald paseaban tomados de la mano, mientras la luna se dejaba ver entre los abedules del Central Park. A pesar de la avanzada primavera, la noche regalaba pinceladas de aire fresco que hasta hacían tiritar.
El plan de hoy era cena en restaurante y cine. La semana anterior había sido una partida de backgamon y mucha intimidad.
Se habían conocido hace dos meses en una fiesta y el flechazo fue mutuo. Aunque Susan aún no comprendía el por qué del apuro de Ronald en sacarla de esa fiesta antes de medianoche. Tampoco le importó demasiado averiguarlo. Ronald era un encanto. Alto, de pelo negro azabache largo y brillante. La piel era extraordinariamente blanca, pero le había explicado que era porque trabajaba de noche y tenía poco contacto con el sol. También era muy romántico, pero de los que son capaces de tirar la capa en el charco de agua para que su enamorada pueda cruzar la calle.
A Susan le apasionaban las conversaciones que mantenían dado que era profesora de criminología histórica, y él (muy culto por cierto) le contaba hechos reales como si realmente hubiera estado allí. Sabía con exactitud fechas de asesinatos sin resolver. Nombres de los implicados, de los detectives de los casos, lugares donde se produjeron los crímenes. Por mera pasión por el oficio, llegó a investigarlo y casualmente sus características coincidían con un asesino del siglo pasado que mataba inyectando a sus víctimas una rara sustancia que les secaba la sangre. Eso le daba frecuentes escalofríos, pero al final se entregaba a las tertulias sin preocupaciones.
Sin embargo, esa noche lo notó un poco extraño. Estaba mas pálido de lo habitual, ojeroso y le hablaba sin quitarle la vista a su cuello. A pesar de su cara de culpa, el tono de voz era parco y estricto:
-Susan, perdóname, pero debemos cambiar los planes.
-Si, Ronald, no hay ningún problema, que haremos? Iremos sólo a cenar?
-Si! Este… no, bueno, yo si, pero tu… deja ya de preguntas! Sígueme!
-Ronald, estas bien? Donde me llevas?
-A una fiesta… privada.
Susan no lograba entender. Apenas entraron al boliche dos hombres con los ojos pintados de negro cerraron la puerta bruscamente, relamiéndose al ver a Susan. Ronald la tironeaba abriéndose paso entre la multitud de personas que bailaban hipnotizadas como suplicando una recompensa, un premio… el maná del cielo.
Ronald la empujó finalmente hasta los pies de quién sería el líder y le rogó:
-Por favor, que sea rápido. Es una buena persona.
-Acaso no tienes hambre, Ronald? – exclamó el lider, dejando al descubierto sus afilados y relucientes colmillos, mientras el resto, impaciente, emitía un chillido de histeria y desesperación
Susan ahogó un grito de horror e impotencia. Todo lo que había investigado le vino a la memoria y empezó a atar cabos. No vive de día, nunca lo vio cenar, su palidez, la exactitud de sus conocimientos criminales… y del asesino del siglo pasado… era él!
-Ronald, eres un vamp…!
El grito de Susan no llegó a completarse. El líder ya había comenzado la faena: luego de dar el primer y largo bocado arrojó su cuerpo aún consciente a Ronald para que la rematase.
Ronald la miró a los ojos y con la misma cara de culpa le dijo:
-Perdonáme… sólo quiero sobrevivir…
-Ronald, no, por favor…
Susan sintió los colmillos en su cuello y cómo iba vaciándose lentamente.
Al cabo de unos segundos, Ronald soltó un gemido de satisfacción e impotencia
-Lo siento Susan…
Se alejó de ella sin mirarla. Los demás se abalanzaron tratando de saciar su sed. La noche, se había cobrado una vida mas.
Al día siguiente, no había rastros de Susan. Nadie sabía su paradero. Nadie la había visto salir. Nada, ni un dato.
Ni una sola gota de sangre. (Diego Diebra - 2009)

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